Cuando hablamos de terapia psicológica, se suele indicar que se trata de un espacio seguro. Un lugar seguro no surge de la nada. Para que el espacio sea seguro, es necesario construir una relación terapéutica que permita sentir dicha seguridad con la persona que nos acompaña.
No es tan sencillo como ir a un espacio desconocido con alguien a quien nunca hemos visto y darle plena confianza desde el minuto 0. En nuestro día a día no funcionamos así en absoluto, ¿por qué iba a ser diferente en terapia? Incluso a veces hemos acudido a profesionales que desde el minuto 0 más bien nos han hecho sentir juzgades y menospreciades. Y en la construcción de un vínculo seguro se van a mover cuestiones que tienen que ver con cómo nos relacionamos con personas significativas y cómo generamos vínculos con otras personas.
En la medida en que no hay dos personas iguales, no hay dos procesos iguales.
Como terapeuta, yo al menos me planteo tratar de generar un apego seguro con quien acude al espacio. Y generar un vínculo así requiere tiempo y comprensión. En este sentido a veces hay altas expectativas respecto a que en una sesión o dos haya grandes cambios, y siempre me gusta aclarar: las primeras sesiones (y en general se podría decir que el proceso) son para conocernos. Para que la persona pueda valorar si le encajo como terapeuta, y a su vez yo valorar si puedo acompañarle o es mejor que derive a otra persona.
Para hacer algo tan íntimo como lo es indagar en las sombras, es necesario tener una relación significativa. Como decía una de mis profesora, “si les terapeutas somos de mármol, la vinculación no existe; es necesario el afecto”.
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