Cuando decidí especializarme dentro del mundo de la terapia, opté por el modelo relacional-sistémico porque era el que más sentido tenía para mí. Por la forma en que entiendo el proceso de acompañamiento y sobre todo por lo que a mí me había sido de ayuda cuando he acudido (y acudo) a terapia.

El modelo sistémico me ayuda a tener presente cómo las relaciones y las dificultades del pasado y el presente pueden estar relacionadas con los malestares actuales. El foco de atención se centra en cómo establecemos nuestras relaciones, dónde nos posicionamos y cómo nos comunicamos, entendiendo que la realidad no es tan sencilla como asumir que A tiene como consecuencia B, si no que ambas se influyen de forma constante y circular. Por ello no implica buscar culpables a quienes señalar. Se trata de acercarnos a nuestras historias para intentar mirar con mayor comprensión y compasión qué ha ocurrido, qué significado tiene o podría tener y qué implica eso para cada une.

En este sentido, si haces una búsqueda rápida en internet observarás que se nombra constantemente a la familia de origen, que también ocupa un espacio relevante en la terapia. Todes hemos crecido junto a personas que pueden haber influido en nuestras vidas por su presencia o por su ausencia, pudiendo estar relacionado con lo que me ocurre actualmente o con la persona que soy.

¿Cómo es el proceso terapéutico?

A veces nos han contado muchas cosas de cómo funciona la terapia, hemos visto en películas y series diferentes formatos de despacho y profesionales interviniendo.

Si tuviera que describir cómo es acudir a terapia, diría que se trata de generar un espacio seguro y de confianza donde poder centrarnos en las preocupaciones que más nos afligen. Y que nos acompañen en la búsqueda de recursos y habilidades frente a ellas. Tener un espacio donde poder expresar lo que nos duele y nos enreda, donde legitimar nuestros sentimientos y poder plantearnos cómo sostener las situaciones que vivimos. Cuando trabajo, pacto con la persona a qué quiere dedicar el espacio. Avanzamos a su ritmo, de forma que vamos descubriendo juntes cuáles son las dificultades y qué significan para ella, él o elle, y se avanza en la medida que la persona en cuestión se siente capaz y desea hacerlo.

Y no necesariamente se trata de buscar una perspectiva optimista de lo que nos sucede. A veces se trata precisamente de visibilizar lo difícil que es algo, reconocer y legitimar que es doloroso, y generar formas de cuidarnos ante la dificultad. Porque a veces hay situaciones que no tienen una lectura optimista. Sufrir rechazo por parte de nuestros seres queridos, la muerte de alguien cercano o una experiencia maltratante (por citar algunos ejemplos) probablemente no van a doler menos por algo tan sencillo como ponerle «actitud» para «estar mejor».

Se trata de generar una relación donde ponerle palabras al malestar y a los deseos respetando tus ritmos para entender mejor lo que te ocurre, qué tiene que ver contigo y tu historia.
Y explorar recursos actuales y potenciales para sobrellevarlo de otras maneras.

Además, se puede trabajar en diferentes «formatos»: individual, de pareja y familiar. Y ojo, que por ejemplo trabajemos de forma individual no significa que no podamos trabajar cuestiones de pareja o familiares. En este sentido, una de las máximas del enfoque sistémico es que, cuando una pieza del sistema cambia, todo se moviliza y empieza a cambiar. Que alguien acuda a consulta para revisar ciertas cuestiones que le preocupan respecto a su familia no quiere decir necesariamente que venga con su familia (lo cual también es posible), pero que venga individualmente no implica que no se produzcan cambios en la familia: probablemente se retroalimente de aquello que la persona empiece a movilizar.