Es una movida esto de creer que tus deseos no son legítimos si no son correspondidos.
En este último mes está siendo un tema recurrente las relaciones sexo-afectivas tanto con mis amistades, con mi terapeuta, con les usuaries con les que trabajo en consulta… Y me encuentro que nos pasa con frecuencia que, cuando sentimos deseo por alguien, mientras percibimos cierta correspondencia va todo bien (sorteando los miedos y circunstancias que pueda haber por el camino, claro), pero en el momento en que percibimos alguna señal de no-correspondencia, entramos en pánico.
Un pánico que rápidamente se nos presenta como: “hay que ser gilipollas para haber pensado que le gustaba a esta persona”. Como si el hecho de tener ciertos sentimientos, en caso de no ser correspondidos, fuera algo digno de castigo y menos valioso que cuando hay correspondencia. Y claro, esto me hace preguntarme, ¿desde cuándo lo que sentimos es más o menos válido según la respuesta de la otra parte? ¿Acaso nuestras emociones no son válidas per sé por estar presentes en nuestro cuerpo y en nuestro sentir?
Hacer esto también nos empieza a colocar en un plano de inferioridad respecto a la otra parte. Porque en este cuestionamiento sobre nuestros deseos, parece que no se nos pasa por la cabeza cuestionar el rechazo de la otra persona. Que nos rechacen es legítimo, válido y posible. De hecho, muchas veces escucho la frase “está en todo su derecho de que yo no le guste, por supuesto”. Pero que yo tenga ciertas sensaciones o deseos parece que no tiene la misma categoría de “derecho”. Que yo me sienta de una determinada manera como poco es ridículo. Traducido a dónde nos posicionamos respecto a la otra persona, nos estaríamos diciendo que nuestros deseos valen menos que los de la otra parte.
Además, a veces cuando miramos nuestra historia sexo-afectiva, nos damos cuenta de que en general en nuestras relaciones nos hemos movido más por el deseo ajeno que por el nuestro propio. En consulta cuando alguien me habla sobre una relación sexo-afectiva con frecuencia nos sale el siguiente diálogo:
– ¿Qué es lo que te atrajo de esta persona en primera instancia?
– Que yo le gustaba.
Ojo, que no quiero con esto demonizar el resultar deseables como motivo de acercamiento a otra persona. Por qué deseamos a unas personas y no otras viene de muchos factores, y el hecho de resultar deseables puede ser uno de ellos (entre otros cientos). Sí quiero destacar con esto que parece que estamos más pendientes de legitimar el deseo de otra persona que el nuestro propio. Si nos desean, está todo correcto y adelante, ya más adelante me plantearé si yo deseo o no en la misma medida (en todo caso si cuestiono algo, será por qué me desean siendo yo «tan poquita cosa»). Pero si nosotres deseamos, tres pasitos atrás que igual no tiene sentido esto que siento o me estoy dejando llevar por un arrebato ilógico.
Si escarbamos un poco más, me da la sensación de que debajo de este pánico y esta sensación de ridículo hay un componente de miedo a la vulnerabilidad. Porque si muestro sentimientos abiertamente, si comparto mi deseo, resulta que este deseo es susceptible de ser aceptado o rechazado. Y quizás ese rechazo me parece inasumible.
Creo que es importante darnos cuenta de este miedo. Y no quiero decir con esto quitarnos el miedo y pa’lante, sino por el contrario, aceptarnos en miedo. Aunque yo consiga hacer este análisis más “racional” para mí y darme cuenta de qué me pasa, no necesariamente conlleva que tenga menos miedo. De hecho en mi experiencia particular no dejo de tenerlo. Pero sí me ayuda a comprenderme, a entender qué me está pasando y a tratar de darle espacio a ese miedo, a respirarlo y a buscar el apoyo que me haga falta para sostenerlo. Ya cuando haya tenido su protagonismo quizás me sienta con más fuerza de legitimar mi deseo y seguir tanteando, pero mientras tanto, poquito a poco y sin macharme por desear.
Sin machacarnos por sentir.
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