La culpa y la socialización de género

La culpa podría definirse como un sentimiento que nos informa de que algo que hemos hecho o dejado sin hacer nos genera malestar porque asumimos que eso ha generado dolor y que es inaceptable.

Esto ya lleva de la mano dos matices: asumimos el dolor generado y valoramos que la acción no es adecuada. Y claro, ¿en base a qué valoramos que un comportamiento no es adecuado? Nuestro sistema de valores. Y en nuestra sociedad, que es patriarcal y machista, el sistema de valores está impregnado por el género y las relaciones de poder. Entonces, la culpa tendrá que ver con la socialización de género, ¿no?

Hace unas semanas, estuve con La Asociación Alayas Feministas realizando un taller sobre esta cuestión, y les planteaba para empezar una serie de enunciados para ver si les generaban culpabilidad. La composición final fue algo así:

Me siento culpable por enfermar y que me cuiden, por expresarle mi molestia a alguien, por dedicarme tiempo a mí misma, por no estar disponible cuando se me pueda necesitar, por hablar de lo mal que me encuentro, por no sentirme atractiva, por no ser comprensiva…”

Y la pregunta que a mí me suscitaba y sobre la que partimos fue: ¿si aquí hubiera un tío cis hubiera manifestado las mismas culpas? Con bastante certeza, no.

Desde que nacemos (e incluso desde que en el vientre materno saben la genitalidad que portamos) toda la sociedad nos va indicando qué es adecuado o no para cada une a través de los diferentes agentes de socialización, entre ellos, la publicidad y la familia. Todo esto va elaborando una serie de esquemas y guiones mentales sobre qué debería (o no) hacer que, cuando los incumplimos, es bastante posible que nos generen culpabilidad.

Centrándonos en otro ámbito de socialización, la familia, en el taller estuvimos analizando cómo hemos vivido los cuidados, el trabajo doméstico y las emociones desde pequeñas, qué diferencias había respecto a ellos y cómo todo ello enlaza con las culpas que actualmente cargamos con más frecuencia a las espaldas.

El trabajo doméstico y de cuidado está tan integrado como inherentes a las mujeres que realizar un cambio al respecto puede generar altas dosis de culpa. Y además es un ámbito que aparece infravalorado en nuesro imaginario desde la base al considerarse una «tarea» en lugar de un trabajo (en términos simbólicos, la importancia diferencial atribuida a una tarea vs trabajo ya es bastante grande).

Que luego habrá quien diga que esto no es así ya y que ellOs se han integrado en estos trabajos; bueno, echemos un vistazo a las encuestas de uso del tiempo en la población española por franjas de edad:

Media diaria en hombres: 1h 12 min; en mujeres: 1h 54 min
Media diaria en hombres: 2h 8min; en mujeres 5h 10min

Si bien parece que conforme se avanza en el ciclo vital ellos se van introduciendo más (con esto de la emancipación y tener que «cuidar de sí mismos»), es destacable que ellas ya cogían esta responsabilidad desde sus familias de origen. Con lo cual, ya hay muchos aprendizajes al respecto. Pero sobre todo, la dificultad viene cuando estas personas tienen hijes. Los estudios en esta misma línea del uso de los tiempos muestran que, al tener criaturas, la percepción de problemas en el reparto del trabajo doméstico se multiplica de forma exponencial, y la satisfacción con la situación disminuye en ellAs y aumenta en ellOs.

Analizando más de fondo esta cuestión las mujeres dedican una media de 4h 55min diarias a su cuidado mientras que los hombres 2h 25min. Lo cual también va acompañado de cambios en las jornadas laborales; ellas pasan de un 81,1% al 50% de jornada laboral y de un 2,755 al 31,6% en la parcial. Por su parte, en los hombres tener hijes no varía su tipo de jornada: la completa pasa del 83.3% al 89.5% y el parcial se mantiene en un 2,6%. Con el correlato que esto tiene de poder adquisitivo en ellos y ellas además.

Resulta que ellOs siguen sin implicarse y a ellAs seguimos enseñándolas a sobre-implicarse. Romper con esto mínimo algo de culpa llevará de la mano, ¿no?

Algo que a mí me resulta clave cuando hablamos de la culpa es visibilizar las raíces de este diálogo interno culpabilizante. Ser conscientes de que no es fácil despegarse sin más de estos mandatos de género. Darnos comprensión a nosotres mismes en lo que hemos aprendido y entendernos. Igual no se trata solo de sentirse menos culpables, sino también de entendernos en la culpa.

Y, posteriormente, valorar qué margen de responsabilidad realmente puedo atribuirme, qué límites me gustaría o me vendría bien plantear y respirar las culpas que me surjan al plantear dichos límites.

Muchísimas gracias al grupazo de mujeres por invitarme. A ver cuándo son grupos de hombres los que llaman para hacer un taller sobre cómo responsabilizarse de todo lo que ellas asumen de más…

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